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Comarca Andina: dolor por el fallecimiento de Eduardo Lucio, fundador y director del Museo de Piedras Patagónicas

Su deceso se produjo ayer y sus restos serán velados este viernes, de 14 a 18, en la sala de Dr. Miklos 3433, donde será despedido por sus familiares y amistades.
Durante más de 40 años, junto a su esposa Isabel Giraudo, dedicó su vida a recolectar cada uno de los especímenes que dieron forma hace 23 años al Museo de Piedras Patagónicas, emplazado en su chacra de Mallín Ahogado, y que con el tiempo se transformó en uno de los principales atractivos turísticos de la región.
La mañana en que hizo la última nota periodística con los medios locales, un pichón de cóndor comenzó a volar en círculos sobre la pirámide andina que engalana el parque central del complejo, mientras la madre vigilaba desde más arriba. “Un símbolo inequívoco de la buena energía que tiene este lugar”, no dudaron en calificar sus responsables.
En la oportunidad, Eduardo Lucio valoró que “desde las piedras viene el origen de la vida y este espacio está dedicado para admirarlas a través de un aprendizaje permanente. La última adquisición son tres trilobites (artrópodos extintos) de 400 millones de años, animales que se han desarrollado y nos dan una serie de formulaciones proyectadas en el tiempo para tener conciencia del despertar de nuestra existencia”.
Según Isabel Giraudo, “las piedras hablan y tienen mucho para contarnos, forman parte de nuestra historia e identidad. Hace más de 20 años fundamos este paseo geológico de la Comarca Andina y tiene la función de mostrarnos cómo este mundo mineral que pisamos cotidianamente nos remite a 500 millones de años atrás de nuestra Patagonia, con los episodios geológicos que la modelaron y también con el presente. Nuestra flora nativa, por ejemplo, tiene mucho que ver con la Antártida (con la que estuvimos unidos a través de un puente de tierra); o las capas marinas que encontramos en el seno del valle glaciario del río Azul”.
En la entrada, el público tiene su primera experiencia sensorial a través de una roca sonora traída desde El Saltillo (cercano a Cushamen). La geóloga anfitriona explica que “ocurre a partir de la efusión de lava, que llega a la superficie a más de mil grados. Cuando empieza a perder calor, se contrae y se fractura formando columnas, que generan esfuerzos tensionales y opera como si fuera una cuerda estirada. Al golpearla, se produce el sonido musical”.
Además del sector mineralógico, hay un área con 19 ejemplares de meteoritos. Uno hallado en Esquel está considerado como “uno de los más raros del mundo”. Otro sector es el de malacología, con invertebrados fósiles y actuales, como dos ejemplares de peces de 105 millones de años. Se suma la paleobotánica, donde sobresalen los troncos petrificados de gran tamaño y rareza.
Dentro del salón principal, otro de los atractivos son los ópalos expuestos a la luz ultravioleta que responden con una emisión de luz visible en diferentes colores. Están destinados a mostrar la fluorescencia y fosforescencia de rocas y minerales de la Patagonia.
Asimismo, hay que dedicar un tiempo para admirar “la roca que llegó desde las Islas Malvinas, gracias a la generosidad de un ex combatiente” y cuyos datos geofísicos “demuestran que el Plateau del archipiélago, junto al Macizo del Deseado, forma parte de un bloque continental muy antiguo formado en el Proterozoico (unos 2.000 millones de años atrás) y no un desprendimiento de África, como intentan argumentar los ingleses”, enfatizó Isabel Giraudo.
Con todo, entre los “notables de piedras regionales”, destaca el “corazón de cuarzo, que marca el latir de la Patagonia desde hace 160 millones de años”, en referencia a uno de los especímenes más bellos en exhibición. Se trata de un considerable nódulo de cuarzo microcristalino (calcedonia color ámbar) con las formas perfectas naturales de un corazón. Fue formado por precipitación de sílice aportada por aguas termales que invadieron cavidades producidas en rocas volcánicas del Jurásico.
Ahora, la partida física de Eduardo Lucio deja un enorme vacío en la cultura cordillerana. Los vecinos de El Bolsón seguramente extrañarán su llegada en la antigua Ford para hacer las compras en los comercios del pueblo, ataviado con su eterna boina negra, las bombachas campesinas, el pañuelo al cuello y su chaleco negro, caracterizado siempre por su buen humor y su trato amable con todo el mundo.